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Los porcinos

June 23, 2009

Nos encontramos atrincherados en el vestíbulo del Bellas Artes.
Media hora antes, éramos miles atrincherados en el Zócalo cuando una de los muros de contención se vino abajo. Los zombis porcinos entraron en masa, poseídos por el odio de quienes comemos carnitas.
Empezamos a correr en todas direcciones, despavoridos. A cada paso, escuchaba los gritos dolorosos de los caídos. Y adelante, veía como los cuerpos se ponían de pie, devorándose unos a otros.
Pude librar a los muertos vivientes y adentrar en una calle lateral. A lo lejos, disparos, gritos, aullidos dolorosos y el refunfuñeo horrible de los cerdos.
La cámara de diputados, atrincherada días antes, lucía apagada. Pero los ronquidos sobrios que provenían de su interior contaban otra historia. “Estos ya eran así desde antes”, pensé. Y seguí corriendo rumbo a la Alameda Central.
De a poco, noté que no era yo, sino un grupo de unos quince que me seguían. Frente al Palacio Postal, los grenaderos sentaban el presente de, ahora si, ganar la batalla. Les sacamos la vuelta y alguien gritó “a Bellas Artes”, así que asentimos y nos internamos por el estacionamiento subterráneo.
Extráñamente, todo estaba vacío.
Alguien detrás de mi encontró el switch de la puerta mecánica. La cerró. Tomamos las escaleras. Había sangre por todos lados. Alguien me comentó que la noche en que los zombis tomaron Bellas Artes, Juan Gabriel daba su último concierto. “Pobre gordito”, pensé. Pero no pude contener una carcajada.
El inmueble se encontraba vacío. A diferencia de las películas apocalípticas, los zombis porcinos no tenían la capacidad de interrumpir los trabajos de Luz y Fuerza del centro. Todo iluminado, era más sencillo moverse. Bloqueamos todas las entradas. Decidimos quedarnos en el vestíbulo del teatro. Alguien fue a la cocina, aun en servicio, para preparar comida. Regresó con carne de cerdo en salsa roja. “Caray”, le dije al grupo, “ahora si que ojo por ojo, ¿verdad?”. Necesitábamos reir.
Afuera, en la distancia, a cada momento se escuchaban menos tiros y más sollozos y lamentos.
El ronquido de los zombis porcinos, era más estridente, menos caótico. El volumen del graznido aumentaba y nosotros, en el afán de olvidarlo todo, nos sometimos a una orgía de vinos y de sexo, que duró varios días.
En cualquier momento, lo sabíamos todos, las puertas del Palacio de mármol se tendrían que vencer. Los cuadros de Frida Khalo no serían suficiente barricada para contener el impulso de los zombis.
Cada gémido, cada éxtasis, se intercalaba con los rasguños en las puertas, los gritos sordos de los cerdos humanos.
Al amanecer, Bellas Artes se encontraba vacío. En el suelo, sólo sangre y botellas vacías, adornaban el fino mármolo italiano, resultado de capricho de un dictador revolucionario.

Marvín Durán